CYCLING JORDAN
Jon Martín // @jonmartinr
Volví la cabeza y vi nuestras dos bicicletas con sus alforjas apoyadas en la lona del campamento. Era nuestro cuarto día en ruta recorriendo a ritmo de pedal una parte de Jordania, la de los wadis Musa y Rum, la del desierto. Estábamos en septiembre y el calor apretaba, sobre todo en las horas centrales del día. El sol reclamaba su trono y desprendía toda su fuerza. Pero no nos importaba. Ni a mi ni a mi nuevo amigo, Sari. Parecía que nos conocíamos de toda la vida y como si lleváramos pedaleando meses juntos.
Estaba atardeciendo y comencé a reflexionar sobre cómo se habían sucedido los acontecimientos en las semanas previas para poder haber llegado hasta allí. Atrás quedaban los días en los que reservaba el vuelo con destino a Amman. Días en los que decidí no decidir mucho. Por mi cabeza rondaba la idea de una ruta caminando una parte del “Jordan Trail”. Un itinerario que atraviesa el país de norte a sur. Finalmente, cargué mi mochila con la ropa necesaria para aquella posible caminata, así como con ropa de ciclismo. Una nueva idea, la de hacer la ruta en bicicleta para poder abarcar más escenarios, iba ganando enteros.
Con mi llegada a Amman y en pleno traslado desde el aeropuerto hasta el centro de la ciudad en un minibus local donde un era el único extranjero, comenzaba a palpar y a degustar las mieles de sentirme inmerso en una cultura y en un estilo de vida totalmente diferentes.
Quise perderme, literalmente, por las calles de los diferentes Jebels o colinas de Ammán. Por fin íbamos dejando atrás aquellos meses anteriores de circunstancias pandémicas globales. De pronto, me veía inmerso en mitad del bullicio del Downtown y el saberme otra vez viajando me provocaba una gran alegría.
Decidí visitar una tienda de bicicletas donde pude haber alquilado una bici y unas alforjas pero me dejé llevar por mi instinto. Así que me dispuse a hacer una segunda visita y fue en Cycling Jordan donde surgió el primer momento mágico de este viaje. Allí conocí a Sari, el dueño de la tienda, y a Ahmed Saheb, su mano derecha. Casi de forma atropellada y en mi afán de presentarme, les conté como estaba interesado en conocer Jordania llevando a cabo una ruta en bicicleta. También les hice saber que estaba comenzando un proyecto de una revista independiente de expediciones y viajes. No sé si os sonará, se llama Nomadikt. Les comenté que me gustaría escribir y documentar un reportaje sobre esta experiencia. Pronto percibí que conectábamos y que, de una forma u otra, iban a tratar de ayudarme.
Me invitaron a sentarme y me ofrecieron té. Hospitalidad a raudales, algo propio de estas latitudes. Acercaron un ordenador portátil y juntos comenzamos a echar un vistazo a las posibles rutas. Tras casi una hora planeando mi ruta, Sari comenzó a hablar en primera persona y en plural, como si fuera a animarse a emprender conmigo aquel itinerario, lo cual me provocó bastante confusión. Tuve que preguntar. “Why are you talking saying we, Sari??”. Finalmente afirmó, sonriendo, que él también quería y necesitaba venir. Al parecer, habían sido meses de mucho estrés para él. Literalmente, se me pusieron los pelos de punta.
De pronto me veía compartiendo una experiencia como aquella con alguien local con quien percibí y sentí que hubo una gran conexión desde el mismo momento que entré por la puerta de aquella, su tienda. Como es el destino. Ahora mismo podría estar escribiendo algo totalmente diferente si llego a decidir alquilar una bicicleta en la primera tienda.
Sari necesitaba tanto como yo este viaje. Emprendimos la ruta como compañeros y la terminamos como buenos amigos. Los viajeros y viajeras, muchas veces, y sobre todo en nuestros inicios, pecamos de ansia. Ansia de querer abarcar lo inabarcable. Parece incluso que competimos. Los países se coleccionan como los cromos de Panini y es como si cuantas más banderas por países visitados tengamos en nuestras mochilas, mejores viajeros seremos.
Hasta que nos damos cuenta de que son los momentos, como en la vida, los que marcan un viaje. Y aunque por supuesto es posible disfrutar de muchos momentos en soledad, los buenos momentos, compartidos, siempre saben mejor. De la mano de los momentos, están las personas. Esas con las que nos topamos sin saber muy bien por qué. ¿Por qué encontré a Sari en mi camino? ¿Por qué me encontró Sari en el suyo? ¿Por qué se cruzaron nuestros caminos? Algunos lo llaman destino. No lo sé. Quizás podríamos concluir que se trata de un motivo metafísico. Seguramente Sari creerá que Allah así lo quiso. Inshallah. Y yo creo que es la magia del viaje de la vida.
Llegó el momento de partir, de comenzar a pedalear. Es ahora cuando podría adornar mi relato, recreándome y lanzando al papel nombres de lugares tan exóticos como desconocidos o topónimos míticos desde épocas inmemoriales. La tentación es irreprimible y lo terminaré haciendo. Será en los próximos párrafos. Aunque desde estas líneas aviso: me niego a ceñir todo lo que mis ojos vieron a un puñado de nombres.
Recuerdo tantas cosas y con tanta fuerza… Momentos que ya he cifrado como imborrables en la ram de mi cabeza, candados a cal y canto en mi corazón. Niños corriendo en su intento de alcanzar nuestras bicicletas a nuestro paso por Irak Al Ameer. Aquel muchacho adolescente sobre su bicicleta, el de la sonrisa más bonita de Jordania, chocando su puño contra el mío al pedalear en paralelo. Manadas de camellos cruzando a través de nuestros senderos en pleno atardecer.
Fueron constantes las invitaciones a tomar té a nuestro paso por poblados beduinos en puntos sin nombre del mapamundi. Nos ofrecieron, y por supuesto aceptamos, dormir en una cueva. Jugamos un partido de fútbol con los niños de Abbaseyya. Incluso pude sentirme arqueólogo por un día, como compañero de excavaciones en uno de los tantos tesoros arqueológicos del país, cavando y cargando junto a aquellos obreros jordanos, palestinos e iraquíes a ritmo de música árabe.
¿Qué decir de Petra? Entramos a la antigua ciudad por El Monasterio, previa caminata por Wadi Musa. La mayoría de las visitas suelen comenzar por El Tesoro, la edificación por antonomasia, dada su proximidad a la localidad moderna. La belleza de la fachada de “El Tesoro” es indudable. Pero Petra no es únicamente la ubicación de aquellas míticas escenas de Indiana Jones. Hay mucha historia envuelta entre sus calles y alrededores,
¿Y de Wadi Rum? Por su belleza sobrenatural, se ha escrito muchísimo sobre este lugar. Y no es de extrañar. Se trata de un lugar que impregna de inspiración a todo aquel que tiene el privilegio de pisar sus rojizas arenas. Lawrence de Arabia estaba enamorado de este lugar: “Los paisajes, en los sueños infantiles, tenían aquel mismo aspecto, vasto y silente”. “Inmenso, solitario y como tocado por la mano de Dios” es otra elocuente frase que se ha escrito sobre este desierto. Pero en ocasiones las palabras, aun siendo bellísimas, no consiguen transmitir lo que los ojos ven o lo que el corazón siente. Wadi Rum es uno de esos lugares que te invitan no sólo a visitarlos sino a sentirlos.
Pero hay algo que me quedó grabado. Aquella noche de luna llena cogí mi libreta y escribí estas palabras, con las que voy a finalizar este relato:
Fue en aquel momento. En aquel preciso instante y en aquel lugar. Un lugar en medio del desierto cuyas coordenadas me eran completamente indiferentes. El resplandor del atardecer y aquellos diminutos campamentos beduinos esparcidos por el vasto horizonte volvían a conectarme con aquella sensación. Y aquella sensación no era otra que... la sensación de... La verdad, no sé muy bien si seré capaz de describirla. En los alrededores del campamento de Abu Sabbah, pude escuchar al silencio silbando suaves melodías, despertando sosegadamente a la arena, invitándola a subir a bailar al escenario de los últimos destellos de un sol escondiéndose por los wadis del horizonte. Del desierto me atrajo y me cautivó su inmensidad, su simpleza y la hospitalidad de sus gentes. Una ubicación en lo más parecido a la nada. Pero qué nada tan bella. Una nada en la que encontrarlo todo. Y en mi caso ese todo fue nada más y nada menos que reencontrarme con todo ese cúmulo de sensaciones que te aporta el viaje”.
Texto de Jon Martín
Fotografías de Jon Martín y Gorka Urra // @jonmartinr @gorkaurra