comerse el mundo a los 40

Martin Moreno // @nomadmartin

Un mundo feliz

Como seres humanos nacemos con la imperiosa curiosidad por lo desconocido, la necesidad innata de descubrir un nuevo mundo que, como por arte de magia, se nos acaba de presentar. El camino es inquietante y empieza en nuestro entorno más cercano hasta haberlo convertido en algo familiar. Es ahí dónde nos proyectamos hacia nuevos horizontes, algo más lejanos.

Es maravilloso recordar aquellos momentos de la infancia donde me pasaba las tardes tramando y tratando de realizar todo tipo de locuras, a veces solo en mi cuarto, otras en compañía de mis amigos en sus casas, o en la misma calle, sin más.

La vida entonces se centraba en intentar reproducir todas aquellas ideas y fantasías que pasaban por mi cabeza de la manera más fiel posible en el entorno que nos rodeaba, el mundo real.

Vamos creciendo y evolucionando, bueno, supuestamente… Pubertad, adolescencia, juventud, vida laboral y entonces… ¿Alguien sabría decirme en qué punto de este ciclo natural todo se va al garete? La mayoría de aquellas ideas y proyectos no pasan de la almohada y los sueños empiezan a desvanecerse como el humo del tubo de escape camino a la oficina.

El mejor plan es no tener plan

Mi experiencia personal no fue del todo según lo descrito. Siempre fui una persona de retos, cabezón inconformista y lo confieso, algo soñador, en ocasiones demasiado.

De pequeño recuerdo que le decía a mi madre que de mayor quería ser viajero. Más tarde me di cuenta de que no existían escuelas ni asignaturas con ese nombre así que no quedaba otra que amoldarse a lo que había.

Paradójicamente y de manera inconsciente con el paso del tiempo me percaté de que todas aquellas materias que había estudiado e incluso los trabajos que había asumido me llevaban a un denominador común: la posibilidad de viajar. Diseño, fotografía, cocina, náutica… Una carretera sin fin hacia un mundo por descubrir.

Pese a esta circunstancia algo no acababa de funcionar del todo, siempre me veía encajado dentro de mi zona de confort y mi eterna vecina la rutina no dejaba de hacerme visitas espontáneas. Año tras año, hacía lo necesario para viajar la mayor cantidad del tiempo posible, juntaba días festivos, vacaciones e incluso aceptaba pequeños trabajos en el extranjero que me permitieran visitar lugares desconocidos para mi hasta la fecha. De esta manera me lo monté para estudiar medio año en Europa, recorrer el sudeste asiático a mochila y navegar gran parte del Mediterráneo. Aún así cada vez las pequeñas aventuras me sabían a menos, necesitaba mayores retos, metas fuera del ámbito habitual.

La experiencia convertía en asumibles aquellas ideas que desde un principio parecían locas, saltar de trabajo en trabajo era una mera excusa para poder realizar aquellas hazañas que me llevaban a revivir mis momentos de niñez. Sin ni siquiera darme cuenta acabé cruzando el océano Atlántico a vela en compañía de un gran amigo. Aquello sólo fue el principio…

El punto de inflexión

De entre todos los viajes que tuve la oportunidad de hacer, hubo uno en concreto que lo cambió todo. Fue mi primer viaje largo en bicicleta. Aprovechando cuatro meses de inactividad conseguí un par de alforjas y me fui a pedalear al lugar más lejano que encontré. Exactamente a las que eran mis antípodas por aquel entonces: Nueva Zelanda. Tres meses de cicloturismo por las islas neozelandesas fueron más que suficientes para escuchar ese clic que hasta ahora perdura en mi cabeza.

En esos 90 días de viaje tuve la sensación de haber vivido 90 años de experiencias únicas. Todos los días aprendía algo diferente, conocía a alguien nuevo o era testigo de una escena irrepetible. Recuerdo que el regreso a mi ‘vida habitual’ fue muy duro, aquello me costó meses de encajar.

Fue precisamente aquel golpe de realidad el que hizo que me replanteara todo. Todas las aventuras que había realizado hasta entonces siempre habían tenido fecha de caducidad. Ahí entendí que la próxima hazaña tenía que ser diferente. Descubrí la premisa imprescindible de mi próximo viaje. El dónde, el cuándo y el por qué no importaban, todo se reducía a carecer de un billete de vuelta.

“Siempre somos libres de tomar decisiones,
aún cuando las circunstancias puedan limitarlas”

La decisión estaba tomada, ahora sólo tenía que encontrar la manera de transformar esa idea en realidad, al fin y al cabo, sólo se trataba de repetir una vez más aquello a lo que tantas ganas y esfuerzo le había dedicado de chaval, sólo que ahora estaba a punto de cumplir los 40.

Una emoción incontenible había vuelto a apoderarse de mí. Cuestiones como, ¿por qué tenía que poner límite a mis sueños?, ¿cómo sería soñar despierto? o ¿por qué no podía vivir cumpliendo todos esos sueños en un mundo real?, no paraban de resonar en mi cabeza.

Pese a la motivación inicial sabía que no iba a ser tan facil. Una realidad económica, la presión sociocultural y el sistema que nos envuelve se iban a encargar de poner las trabas necesarias para hacer que la dimensión del salto fuera monumental.

La sociedad occidental en la que vivimos contempla determinadas conductas que corresponden con determinados grupos de edad. Tomarse un año sabático tras la universidad, irse de mochilero con veintitantos o hacer un cambio de vida radical en tus recién cumplidos 30 es algo que está bastante aceptado hoy en día. ¿Qué sucede cuando el día menos pensado, ya en tus 40, le cuentas a tu compañero de trabajo o llamas a tus padres y les dices: “Mamá, acabo de dejarlo todo, me voy a recorrer el mundo en bicicleta”. Ese es exactamente el momento en el cual el viaje de verdad acaba de empezar.

Hace poco leí una frase en una cafetería:

“Siempre somos libres de tomar decisiones, aún cuando las circunstancias puedan limitarlas”

Bien, puedo ratificar que es absolutamente cierto. Por más limitaciones que uno pueda tener, siempre va a existir cierta capacidad de maniobra. En estos últimos años no he parado de escuchar los argumentos de cientos de personas que desde su relativa zona de confort dicen anhelar mi estilo de vida y desprenden un sistemático: “si pudiera, lo haría”. Mi respuesta a tal cuestión suele ser siempre la misma: “Si de verdad lo quieres, ¿qué tal si lo intentas?”.

Soy consciente de que no todos tenemos las mismas posibilidades ni circunstancias de partida; sin embargo, eso no implica lanzar todos tus sueños por la borda ni dejar de luchar por progresar en tu día a día.

Empezar de 0 a los 40

Mentiría si dijera que los primeros pasos tras asumir la decisión de dejarlo todo y lanzarme a la aventura no me provocaron vértigo. La sensación de estar sobre la cuerda floja te saca automáticamente de tu mullida atmósfera, aunque a la vez, es un paso absolutamente necesario para empezar a asimilar todo lo que le sigue.

Cientos de miedos e inseguridades afloran y es vital aprender a aceptar que ir a contracorriente no tiene nada de malo. De hecho, puede que se convierta en tu mejor opción.

Una de las mayores preocupaciones que se presentan a la hora de afrontar un cambio así, es la incógnita que genera el hecho de no saber exactamente con qué te vas a ganar la vida y cómo vas a generar los ingresos necesarios para ser autosuficiente. Esta es una de las preguntas más habituales dentro del típico cuestionario viajero.

Para poder responder a esta cuestión tenemos que adoptar una posición completamente práctica y dejar de lado todo lo inculcado según los patrones socioeconómicos occidentales, dónde es imprescindible generar una cierta cantidad de ingresos mensuales para poder costear todos los gastos básicos aparentemente necesarios en una vida modelo.

Si nos ceñimos a intentar encontrar soluciones buscando únicamente en los recursos conocidos, la ecuación se acaba convirtiendo en un laberinto sin salida. Por otra parte, si empezamos a indagar en otras culturas y filosofías de vida, es ahí donde empiezan a brotar alternativas. En concreto, para el tema que nos ocupa, podríamos plantearnos que quizás lo verdaderamente importante no es tanto centrarse en cuánto dinero somos capaces de generar en un periodo de tiempo, sino en cuanto dinero somos capaces de no gastar en el mismo.

Partiendo de esta base uno puede empezar a trasladar todo tipo de hábitos a un terreno lleno de optimistas expectativas al respecto. Organización y apertura de mente suelen ser la clave para este tipo de dilemas.

El paso del tiempo y la propia ruta te van poniendo en tu lugar y poco a poco las preocupaciones iniciales van cesando. Jornada tras jornada, vas encontrando nuevas motivaciones y personas en tu camino que probablemente le den un giro total a tus grandes planes iniciales. Aprendes a vivir más al día y a fluir más y de manera más natural. El futuro lo arrastras hacia tu presente y dejas de pensar tanto en lo enfermizo del dinero. Te acabas de apoderar de la más importante de todas tus divisas: TU TIEMPO.

El miedo a un futuro incierto pasa a ser respeto y sin darte cuenta todas aquellas vivencias que experimentas en esta nueva aventura son las herramientas que te brindan la posibilidad de desenvolverte en cualquiera de las circunstancias. Cuando menos te lo esperas, tu vida ha cambiado. Ya no eres el mismo.

El futuro es ahora

Soy consciente y sé de primera mano lo desafiante que puede llegar a resultar enfrentarse a un reto como este en los tiempos que corren. Al igual que en las carreras de ultra distancia uno no puede empezar a correr pensando en los 100 kilómetros que tiene por delante, se trata de ir subdividiendo el gran reto en otros más pequeños y, sobre todo, asumibles a corto plazo.

Como en muchos aspectos de la vida cotidiana, el momento perfecto para lanzarse a la aventura no existe, se ha de crear. Tampoco hay maneras más o menos correctas de hacer las cosas. Todo se basa en encontrar aquella combinación que te lleve lo más próximo posible a aquel estilo de vida que deseas. Así que ya sabes, deja de darle más vueltas, empieza hoy mismo y mañana estarás un paso más cerca de tus sueños.

nomadmartin

Texto, fotografías y vídeo de Martín Moreno // @nomadmartin